Cuando he terminado de leer, me ha embargado una inquietud malsana, una agonía antes desconocida. He soltado el laúd y como un autómata, he iniciado el paseo acompañado por las sombras negras y reptadoras de los vigilantes. Nubes grises y gordas como elefantes han empezado a invadir mis pensamientos, cargándolos de una fina lluvia de tristeza….
“De Cornellius Van Aenneke a su inestimable amigo Cyrano de Bergerac.
Podría empezar por hablaros de mí, de la vida que llevo siempre en pos de la aventura y del riesgo. De cómo echo de menos vuestra espada y vuestra afilada lengua, que tantas victorias nos proporcionaron en esta sociedad nuestra tan adocenada y prejuiciosa. Pero hablaros de eso sería hablaros de la soledad de un chacal que añora un compañero de historias imposibles, de sentimientos a la intemperie, de risas fuera de la más elemental educación, de mirada limpia y recursos envenenados…
No. Prefiero poneros al día de las vidas de aquellos que sé que os inquietan por distintos motivos, y que voluntaria o involuntariamente contribuyeron a vuestro destierro…. Y todavía de algún modo, siguen contribuyendo.
Sabéis de mis contactos dignos de un acendrado rastreador que pasó años en las filas del ejército de Condé. Por ellos puedo deciros hoy, que vuestra ex esposa Jane, continua viviendo una existencia solitaria y sufriente en su residencia a las afueras de París. Sin embargo comienzan a acecharla halcones retorcidos que quieren aprovechar vuestra ausencia, es el caso de vuestro tradicional enemigo el marqués Ferdinand Canotié. Más de una vez han visto su carroza en la rotonda de los Gatos junto al palacete. Pero creo que de momento nada debéis temer.
Menos sé, de la que en tiempos fue vuestra inestimable bienhechora Lady Leblanch. Pareciera que se la hubiese tragado la tierra. Sus apariciones son tan esporádicas y fantasmales, que algunos creen haberla visto en dos y hasta tres lugares distintos a la vez: bailando con un de joven desconocido en la fiesta del Conde de Vincenne; en el concierto anual de las Tullerías en beneficio de los mendigos de la ciudad y en compañía de un extraño encapuchado deslizándose, más que caminando, por los jardines de Volterrá. Todo a la misma hora y en el mismo instante.
Isabella de Orsini hace tiempo abandonó París camino de otro lugar de residencia que se ha cuidado bien en ocultar. El dolor de vuestro destierro y el sentimiento culpable de vuestra desgracia, me temo que le están haciendo un daño excesivo. Tanto, que la última vez que la vi, a pesar de la sonrisa angelical que adornaba su rostro, no podía ocultar una palidez sospechosa.
Por último, lo que para mí es más importante y me inquieta por cuanto puede poner en peligro vuestra integridad, es esa curiosa flexibilidad que han adoptado respecto a vuestra incomunicación lunar. Alguien está detrás de esa blanda forma de trataros, y mucho me temo que el precio a pagar puede ser terrible. Me atrevo a aseguraros que la responsable de todo lo que os acontece en la actualidad es esa enorme mujer llamada Gunilla Van Barembon. Todavía sé poco de su pasado sobre el que pesa un extraño silencio. Aún más extraño es ese antinatural matrimonio con Petrus el Selenita. Pero ciertos rumores apuntan a una posible explicación: Intereses oscuros en tierras lunares relacionados con la cara oculta que todavía nadie se ha atrevido a explorar. Atento Cyrano, querido amigo, porque puede que vos seáis un peón estratégico en este juego infernal de poderes y extrañas obsesiones. Pronto volveréis a tener noticias mías. Hay que aprovechar vuestro régimen abierto por más que presagie un futuro incierto. Un sentido abrazo. Vuestro siempre: Cornellius Van Aenneke."