miércoles, 24 de noviembre de 2010

Desterrado

Cyrano en la Luna
Por mi mala cabeza. Sí. Por mi mala cabeza me veo en estas circunstancias terribles, a medias entre la ingravidez absoluta y la pesadez del plomo. Treinta años después. ¡Quién lo diría!.
No me explico aún cómo he podido sobrevivir al lanzamiento, pero aquí estoy, con la boca y los ojos llenos de ceniza y detritus antiguos. Semidesnudo y flotando a ras de suelo. Movido por la inercia del disparo de un cañón gigante recién inventado para estos menesteres. ¡Quién me mandaría a mí abrir la boca teniendo la nariz que tengo!. Pero qué le vamos a hacer, yo tampoco me libro del patetismo... ¡Con todo lo que luché durante años para eliminarlo de mi vida y la de los otros!.
Creo que ahí estuvo el error.... ¡En los otros!. Porque nadie quiere librarse de su mediocridad. Porque todos tienen miedo a vivir en el límite. Porque nadie piensa, aunque lo parezca, aunque coquetee incansablemente con la duda, colocar su corazón a la intemperie. Y hubo voces que me lo advirtieron. Pero a qué viene quejarse a estas alturas, voy a tener tiempo para especular sin remedio, para dibujar mentalmente paisajes de nada y afectos de algodón. Tendré tiempo para deducir sistemas matemáticos y diseñar mundos a mi antojo. He sido condenado a ser yo mismo por toda la eternidad.... Pero desterrado en la soledad plateada de la Luna. ¡Vieja compañera!¡Por fin juntos! En el fondo ese era tu deseo. Lo has conseguido y te felicito por ello. Ya nada te impide amarme con ese amor virgen, hecho de contemplación fría y distante, de besos sordos y abrazos invisibles.
Adiós, amigos. Quizá volvamos a vernos orbitando en silencio por algún cráter desolado.

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